Capilla de Adoracion Perpetua Diocesana de la visitacion de Maria. Diocesis de Quilmes. Lisandro de la Torre y Andrade Quilmes Oeste Argentina |
Mañana, tarde y noche adorando e intercediendo frente al Señor Jesus.
El 14 de marzo de 2002, Juan Pablo II dice: «El proyecto
“Zarza ardiente” es una invitación a la adoración incesante, día y noche. Hemos
querido promover esta oportuna iniciativa para ayudar a los fieles a “volver al
Cenáculo” para que, unidos en la contemplación del Misterio eucarístico,
intercedan a través del Espíritu por la plena unidad de los cristianos y por la
conversión de los pecadores. Se trata de un terreno apostólico en el que
vuestra experiencia puede dar un muy providencial testimonio... De forma especial,
continuad amando y haciendo amar la oración de alabanza, forma de oración que
más inmediatamente reconoce que Dios es Dios; le canta por sí mismo, le da
gloria porque Él es, antes aún que por lo que hace».
«En nuestro tiempo, ávido de esperanza, haced conocer y amar
el Espíritu Santo. Ayudaréis entonces a hacer que tome forma esa “cultura de
Pentecostés” que sola puede fecundar la civilización del amor y de la
convivencia entre los pueblos. Con ferviente insistencia, no os canséis de
invocar: ?¡Ven, oh Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!?».
En la «Zarza ardiente» Moisés «ve» el amor de Dios que quema
sin agotarse; «oye» la voz de Dios que le llama por su nombre; «recibe un
mandato de Dios» para hacer saber a todos que «Dios es» y opera signos y
prodigios para la salvación de su pueblo (Cf. Ex, 3).
También nosotros, como Moisés, somos convocados por el
Espíritu de Dios para penetrar y vivir la realidad de la «Zarza ardiente»:
contemplando el «misterio» de la «Zarza ardiente» en la adoración de Jesús,
Aquél que nos ha amado con un amor «apasionado» en la cruz y sigue amándonos
mediante Su Espíritu que nos ha sido dado. «He venido a arrojar un fuego sobre
la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!» (Lc 12, 49) dice
Jesús, hablando del «fuego» de su pasión y del «fuego» de Pentecostés;
deteniéndose ante la Eucaristía, «fuego de amor», para ser educados por el
Espíritu a dar amor a Jesús, es como más nos entregamos, y más Él se entrega a
nosotros; más nos abrasamos de amor por Él y más este amor no se extingue, es
más, es capaz de «incendiar» otros corazones. Adorando al Vivo y Poderoso Señor
Jesús, para proclamar en nuestras oraciones de alabanza y de súplica su
victoria sobre el mal y sobre la muerte, reclamando Su intervención en el
tiempo presente, para que Su salvación rodee nuestras familias, los ambientes
sociales, todo el mundo.
Los apóstoles fueron «obligados» por Jesús a permanecer en
oración y a no tener prisa por conocer los «tiempos de Dios». En el Cenáculo,
perseverando en la oración, los primeros seguidores de Jesús fueron llenados
del poder del Espíritu y pudieron iniciar su misión evangelizadora.
El primer don que recibieron fue el de «lenguas», un «signo»
de la novedad del Espíritu en los apóstoles, indicador de la nueva capacidad de
«anunciar a todas las gentes» el Evangelio de Jesús con el nuevo lenguaje del
Espíritu. También nosotros, como los apóstoles, estamos llamados a volver al
Cenáculo para invocar una nueva manifestación del Espíritu Santo en la Iglesia
y en el mundo: es Él el «fuego» de Dios; es Él quien quema en nosotros; es Él
quien hace nuestras lenguas «abrasadas», irresistibles en el anuncio del Evangelio;
para «llevar» el mundo al Cenáculo, para hablar a Dios del mundo, corazón a
corazón, con un lenguaje nuevo «no con palabras aprendidas de sabiduría humana,
sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos
espirituales» (1 Co 2, 13); para tener experiencia de una nueva intimidad con
el Señor, de manera especial recurriendo a la adoración, a la alabanza, a la
intercesión, a la súplica en el Espíritu, o sea, mediante una oración hecha «en
el Espíritu». Juan Pablo II
1. FRENTE AL SEÑOR DE LA HISTORIA
Entrar en la dinámica de la fe bíblica es introducirse en la
experiencia de Dios como Señor de la historia. La fuente de la espiritualidad
bíblica es la experiencia de un Dios que se hace presente en la historia para
formarse un pueblo y darle vida, y vida en abundancia. En el libro Deuteronomio
podemos leer de qué manera el israelita proclama su fe en Dios de la historia,
en el Dios que acompaña a su pueblo a través de los acontecimientos de la vida.
(Deut 26,1-10)
El Dios de la Biblia no es el garante del orden natural,
social o político. Su presencia es más bien desestabilizadora. El nos saca de
la rutina y del desorden instituido, para crear cosas nuevas entre nosotros,
para formarse un pueblo capaz de hacer historia y de transformar el mundo.
Cuando Yahvé se revela a Moisés en la zarza ardiente, le
dice: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus
gritos cuando lo maltrataron sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos. He
bajado para librarlo del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a
un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel." (Ex 3,7-10).
La Biblia nos narra la historia de Dios con su pueblo. Es el
relato de la experiencia de un pueblo que escucha y cree en la promesa de Dios
y que camina a la luz de su Palabra. A través de la historia, Dios escogió a un
pueblo para que fuera su pueblo y él su Dios.
2. JESUCRISTO, DIOS-CON-NOSOTROS
En la vida de Jesús, Dios se ha manifestado como
"Dios-con-nosotros". En Jesucristo se ha dejado conocer como el Dios
que quiere estar cerca, caminando con nosotros, para hacernos partícipes de su
propia vida. "Se manifestó la bondad de Dios, Salvador nuestro, y su amor
por los hombres. No se fijó en lo bueno que hubiéramos hecho, sino que nos tuvo
misericordia y nos salvó. En el bautismo volvimos a nacer y fuimos renovados
por el Espíritu Santo que derramó Dios sobre nosotros por Cristo Jesús,
Salvador nuestro. Por gracia de Cristo pasamos a ser justos y santos y
esperamos, como herencia, la vida eterna." (Ti 3,4-7)
En Jesucristo, dios nos ha revelado la plenitud del proyecto
de vida que tiene con la humanidad. Se ha dejado conocer como Padre para
revelarnos el amor y la ternura que nos tiene. Al proceder así, nos llama a ser
pueblo suyo para asumir en, y con nuestra vida, la propia misión de Jesús de
ser constructores de su Reino.
Jesús nos hace la firme promesa de que nunca estaremos solos
en este caminar como pueblo de Dios. Sus últimas palabras en el evangelio de
San Mateo son la promesa de su presencia: "Todo poder se me ha dado en el
Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes
todos los días hasta que se termina este mundo." (Mt 28,18-20).
3. LA PRESENCIA DE DIOS HOY
Como comunidad cristiana es importante cultivar este ojo
contemplativo para poder descubrir el paso de Dios en la vida de nuestro
pueblo.
La vida cristiana es el camino a través del cual somos
invitados a cambiar nuestra vida y a transformar la historia de acuerdo al
proyecto de Dios. Esta transformación tiene que ver con los aspectos
económicos, sociales y políticos de la existencia humana.
Dice Jesús a sus discípulos: "Ustedes son luz para el
mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende
una lámpara para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a
fin de que alumbre a todos los de la casa. Así, pues, debe brillar su luz ante
los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes
que está en los Cielos." (Mt 5,14-16)
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4. DIOS LO QUIERE.
Actualmente las Capillas de adoración perpetua en unos lugares crece y florece, y en otros languidece y disminuye. Esta alternativa puede explicarse sin duda por condicionamientos externos, por situaciones de Iglesia, como los que hemos considerado antes al hablar de la sacralidad y la secularización. Pero aún más se debe a causas internas, es decir, al espíritu de los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra atención.
Actualmente las Capillas de adoración perpetua en unos lugares crece y florece, y en otros languidece y disminuye. Esta alternativa puede explicarse sin duda por condicionamientos externos, por situaciones de Iglesia, como los que hemos considerado antes al hablar de la sacralidad y la secularización. Pero aún más se debe a causas internas, es decir, al espíritu de los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra atención.
Los adoradores que están en este espíritu aceptan ya, sin excesiva pena, la próxima desaparición de la adoración perpetua en su parroquia o en su diócesis, atribuyendo principalmente esa pérdida a causas externas, sobre todo a la falta de colaboración de ciertos sacerdotes. Y no se dan cuenta de que son ellos mismos, los adoradores con muy poco espíritu de adoración, los que amenazan disminuir la adoración perpetua hasta acabar con ella.
Donde más se necesita actualmente la adoración perpetua -o cualquier otra obra eucarística- es precisamente allí donde la devoción a la Eucaristía está más apagada. Allí es donde más quiere Dios que se encienda poderosa la llama de la adoración perpetua. Si los adoradores, fieles al Espíritu Santo, con oración y trabajo, procuran el crecimiento de la Adoración, empezando por vivirla ellos mismos con toda fidelidad, la adoración perpetua crece: ellos plantan y riegan, y «es Dios quien da el crecimiento» (1Cor 3,6).
Dios ha concedido, por su gracia, a la adoración perpetua ciento cincuenta años de vida en la Iglesia. Que Él mismo, por su gracia, le siga dando vida por los siglos de los siglos. Amén
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