sábado, 17 de noviembre de 2012

ADORACION PERPETUA A JESUS EUCARISTIA

 
 


 
Capilla de Adoracion Perpetua Diocesana de la visitacion de Maria.
Diocesis de Quilmes.
Lisandro de la Torre y Andrade
Quilmes Oeste
Argentina
 
 
Mañana, tarde y noche adorando e intercediendo frente al Señor Jesus.








El 14 de marzo de 2002, Juan Pablo II dice: «El proyecto “Zarza ardiente” es una invitación a la adoración incesante, día y noche. Hemos querido promover esta oportuna iniciativa para ayudar a los fieles a “volver al Cenáculo” para que, unidos en la contemplación del Misterio eucarístico, intercedan a través del Espíritu por la plena unidad de los cristianos y por la conversión de los pecadores. Se trata de un terreno apostólico en el que vuestra experiencia puede dar un muy providencial testimonio... De forma especial, continuad amando y haciendo amar la oración de alabanza, forma de oración que más inmediatamente reconoce que Dios es Dios; le canta por sí mismo, le da gloria porque Él es, antes aún que por lo que hace».

 

«En nuestro tiempo, ávido de esperanza, haced conocer y amar el Espíritu Santo. Ayudaréis entonces a hacer que tome forma esa “cultura de Pentecostés” que sola puede fecundar la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. Con ferviente insistencia, no os canséis de invocar: ?¡Ven, oh Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!?».

 

En la «Zarza ardiente» Moisés «ve» el amor de Dios que quema sin agotarse; «oye» la voz de Dios que le llama por su nombre; «recibe un mandato de Dios» para hacer saber a todos que «Dios es» y opera signos y prodigios para la salvación de su pueblo (Cf. Ex, 3).

  

También nosotros, como Moisés, somos convocados por el Espíritu de Dios para penetrar y vivir la realidad de la «Zarza ardiente»: contemplando el «misterio» de la «Zarza ardiente» en la adoración de Jesús, Aquél que nos ha amado con un amor «apasionado» en la cruz y sigue amándonos mediante Su Espíritu que nos ha sido dado. «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!» (Lc 12, 49) dice Jesús, hablando del «fuego» de su pasión y del «fuego» de Pentecostés; deteniéndose ante la Eucaristía, «fuego de amor», para ser educados por el Espíritu a dar amor a Jesús, es como más nos entregamos, y más Él se entrega a nosotros; más nos abrasamos de amor por Él y más este amor no se extingue, es más, es capaz de «incendiar» otros corazones. Adorando al Vivo y Poderoso Señor Jesús, para proclamar en nuestras oraciones de alabanza y de súplica su victoria sobre el mal y sobre la muerte, reclamando Su intervención en el tiempo presente, para que Su salvación rodee nuestras familias, los ambientes sociales, todo el mundo.

 

Los apóstoles fueron «obligados» por Jesús a permanecer en oración y a no tener prisa por conocer los «tiempos de Dios». En el Cenáculo, perseverando en la oración, los primeros seguidores de Jesús fueron llenados del poder del Espíritu y pudieron iniciar su misión evangelizadora.

 

El primer don que recibieron fue el de «lenguas», un «signo» de la novedad del Espíritu en los apóstoles, indicador de la nueva capacidad de «anunciar a todas las gentes» el Evangelio de Jesús con el nuevo lenguaje del Espíritu. También nosotros, como los apóstoles, estamos llamados a volver al Cenáculo para invocar una nueva manifestación del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo: es Él el «fuego» de Dios; es Él quien quema en nosotros; es Él quien hace nuestras lenguas «abrasadas», irresistibles en el anuncio del Evangelio; para «llevar» el mundo al Cenáculo, para hablar a Dios del mundo, corazón a corazón, con un lenguaje nuevo «no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales» (1 Co 2, 13); para tener experiencia de una nueva intimidad con el Señor, de manera especial recurriendo a la adoración, a la alabanza, a la intercesión, a la súplica en el Espíritu, o sea, mediante una oración hecha «en el Espíritu». Juan Pablo II

 

1. FRENTE AL SEÑOR DE LA HISTORIA

 

Entrar en la dinámica de la fe bíblica es introducirse en la experiencia de Dios como Señor de la historia. La fuente de la espiritualidad bíblica es la experiencia de un Dios que se hace presente en la historia para formarse un pueblo y darle vida, y vida en abundancia. En el libro Deuteronomio podemos leer de qué manera el israelita proclama su fe en Dios de la historia, en el Dios que acompaña a su pueblo a través de los acontecimientos de la vida. (Deut 26,1-10)

 

El Dios de la Biblia no es el garante del orden natural, social o político. Su presencia es más bien desestabilizadora. El nos saca de la rutina y del desorden instituido, para crear cosas nuevas entre nosotros, para formarse un pueblo capaz de hacer historia y de transformar el mundo.

 

Cuando Yahvé se revela a Moisés en la zarza ardiente, le dice: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataron sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel." (Ex 3,7-10).

 

La Biblia nos narra la historia de Dios con su pueblo. Es el relato de la experiencia de un pueblo que escucha y cree en la promesa de Dios y que camina a la luz de su Palabra. A través de la historia, Dios escogió a un pueblo para que fuera su pueblo y él su Dios.

 

2. JESUCRISTO, DIOS-CON-NOSOTROS

 

En la vida de Jesús, Dios se ha manifestado como "Dios-con-nosotros". En Jesucristo se ha dejado conocer como el Dios que quiere estar cerca, caminando con nosotros, para hacernos partícipes de su propia vida. "Se manifestó la bondad de Dios, Salvador nuestro, y su amor por los hombres. No se fijó en lo bueno que hubiéramos hecho, sino que nos tuvo misericordia y nos salvó. En el bautismo volvimos a nacer y fuimos renovados por el Espíritu Santo que derramó Dios sobre nosotros por Cristo Jesús, Salvador nuestro. Por gracia de Cristo pasamos a ser justos y santos y esperamos, como herencia, la vida eterna." (Ti 3,4-7)

 

En Jesucristo, dios nos ha revelado la plenitud del proyecto de vida que tiene con la humanidad. Se ha dejado conocer como Padre para revelarnos el amor y la ternura que nos tiene. Al proceder así, nos llama a ser pueblo suyo para asumir en, y con nuestra vida, la propia misión de Jesús de ser constructores de su Reino.

 

Jesús nos hace la firme promesa de que nunca estaremos solos en este caminar como pueblo de Dios. Sus últimas palabras en el evangelio de San Mateo son la promesa de su presencia: "Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termina este mundo." (Mt 28,18-20).

 

3. LA PRESENCIA DE DIOS HOY

 
Dios no solo se ha manifestado a través de la historia, sino que también hoy el Señor nos invita a ser su pueblo y nos acompaña en el caminar diario. La promesa de su presencia tiene toda una vigencia para el hoy de nuestra historia. A través de los signos de los tiempos, por medio de su Palabra en la comunidad cristiana y a través del impulso de su Espíritu, el Señor nos habla y nos guía hoy. En medio de nuestro caminar está el Cristo resucitado, presente en la Eucaristía..

 

Como comunidad cristiana es importante cultivar este ojo contemplativo para poder descubrir el paso de Dios en la vida de nuestro pueblo.

 

La vida cristiana es el camino a través del cual somos invitados a cambiar nuestra vida y a transformar la historia de acuerdo al proyecto de Dios. Esta transformación tiene que ver con los aspectos económicos, sociales y políticos de la existencia humana.

 

Dice Jesús a sus discípulos: "Ustedes son luz para el mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende una lámpara para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Así, pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los Cielos." (Mt 5,14-16)

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4. DIOS LO QUIERE.

Actualmente las Capillas de adoración perpetua en unos lugares crece y florece, y en otros languidece y disminuye. Esta alternativa puede explicarse sin duda por condicionamientos externos, por situaciones de Iglesia, como los que hemos considerado antes al hablar de la sacralidad y la secularización. Pero aún más se debe a causas internas, es decir, al espíritu de los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra atención.

 
La adoración perpetua decae y disminuye allí donde el amor a la Eucaristía se va enfriando en sus adoradores; donde una adoración de una hora resulta insoportable; donde los adoradores, entre una y otra vigilia, no visitan al Señor en los días ordinarios; donde la oración es muy escasa, y no se pide suficientemente a Dios nuevas vocaciones de adoradores, ni se procuran éstas con el empeño necesario; donde se acepta con resignación que las iglesias estén siempre cerradas, aún allí donde podrían estar abiertas...

Los adoradores que están en este espíritu aceptan ya, sin excesiva pena, la próxima desaparición de la adoración perpetua en su parroquia o en su diócesis, atribuyendo principalmente esa pérdida a causas externas, sobre todo a la falta de colaboración de ciertos sacerdotes. Y no se dan cuenta de que son ellos mismos, los adoradores con muy poco espíritu de adoración, los que amenazan disminuir la adoración perpetua hasta acabar con ella.
 
La adoración perpetua, por el contrario, crece y florece allí donde los adoradores mantienen encendida la llama del amor a Jesús en la Eucaristía, y viven con toda fidelidad las vigilias tal como el Manual y la tradición las establecen; allí donde los adoradores adoran al Señor no sólo de noche, una vez al mes, sino también de día, siempre que pueden; allí donde piden al Señor nuevos adoradores con fe y perseverancia; allí donde difunden la devoción eucarística y procuran con todo empeño que existan lugares de adoracion a Jesus Eucaristia, mañana, tarde y noche....

Donde más se necesita actualmente la adoración perpetua -o cualquier otra obra eucarística- es precisamente allí donde la devoción a la Eucaristía está más apagada. Allí es donde más quiere Dios que se encienda poderosa la llama de la adoración perpetua. Si los adoradores, fieles al Espíritu Santo, con oración y trabajo, procuran el crecimiento de la Adoración, empezando por vivirla ellos mismos con toda fidelidad, la adoración perpetua  crece: ellos plantan y riegan, y «es Dios quien da el crecimiento» (1Cor 3,6).

Dios ha concedido, por su gracia, a la  adoración perpetua ciento cincuenta años de vida en la Iglesia. Que Él mismo, por su gracia, le siga dando vida por los siglos de los siglos. Amén
 
 
 


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