sábado, 17 de noviembre de 2012

EL FIN DEL MUNDO.

 
 



El Evangelio de hoy nos habla  del fin del mundo, pero de que manera y con que finalidad.

 

Cada día, cada cotidiano irnos a dormir, es el final de nuestra jornada. Es una imagen del morir. El acabar de un día es el avance de lo que será el final.

 

Acompañados o solitarios, en lenta fase terminal o en instantáneo accidente, de múltiples maneras puede llegar nuestra muerte.

 

Aquel momento, el final de nuestro subsistir aprisionados en el espacio-tiempo, supone una nueva y definitiva existencia. Desconocemos, pese a que con frecuencia la imaginemos, como será.

 

Nadie está seguro del momento, del lugar o la vivencia que en aquel instante tengamos.

 

La Fe, lo que nos contó el Señor, es que no desaparecerá nuestra individualidad, que será definitiva, que no estaremos encadenados y programados para rencarnaciones posteriores, que será amor-felicidad u odio-desgracia.

 

Antes de irme a dormir entro a rezar a mi querido Sagrario, me despido del día, sumergido en la noche, pero no alejado del Señor. Al cabo de pocos minutos me voy a la cama y pronuncio la simple petición: “ Dame, Señor, una buena noche” y orando así, me hago la señal de la cruz.

 

Pretendo que estas palabras y este gesto, sean los últimos

 

¡Ojalá, mi muerte sea semejante, mis postreras palabras una oración musitada, mi último movimiento una cruz trazada sobre mi pecho!

 

Eso es lo que nos debiera importar. A cada uno de nosotros y a cada uno de los hombres.

 

No debe interesarnos demasiado si el final de nuestro planeta será brusco o fruto de la lenta acción de la entropía.

 

Que el arcángel Miguel nos ampare y que el Señor nos reciba jubilosos ese día, y que todos los hombres. nos sintamos felices por la gracia y la gran misericordia del Señor Jesús..

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