viernes, 16 de noviembre de 2012

No, no es cuestión de azar. Es cuestión de decisión y de responsabilidad.

 

Cayendo en la cuenta de que Dios está ahí…

 
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Nos encontramos en una situación especialmente privilegiada en la argentina actual: este año 2012, más allá de profecías mayas y fin del mundo, en argentina nos jugamos una forma de diseñar, no solo nuestro futuro inmediato, sino también la argentina que queremos a mediano y a largo plazo.
 
Yo me niego a decir que los dados ya se han lanzado –alea iacta est- decían los antiguos romanos.
 
No, no es cuestión de azar. Es cuestión de decisión y de responsabilidad. Pero es muy importante que cada persona caiga en la cuenta de que esa construcción ya está sucediendo.
 
Releyendo algunos apuntes de un retiro espiritual, me encontré con esa expresión tan familiar, tan humana, de “caer en la cuenta” referida a la relación de Dios con la humanidad y a la dinámica de la Revelación.
 
Esta idea de “caer en la cuenta”, es un intento serio de conjugar la autonomía de la subjetividad humana, con su constitutiva referencia a Dios. Y para ello distingue dos momentos fundamentales:
 
El primero es la experiencia originaria, el primer descubrimiento por el “profeta” (las personas que de un modo u otro han hecho avanzar la revelación en la historia). Partiendo del Dios que, creándonos por amor, está siempre tratando de dársenos a conocer (¿no lo hacen todos los padres con sus hijos e hijas?): 1) Dios está siempre y con todo su amor tratando de manifestársenos, para que todo hombre y toda mujer, toda cultura y toda religión, descubran su presencia y comprendan lo que Él es y quiere ser para nosotros; 2) los límites, oscuridades, errores o malas interpretaciones no dependen de que Dios se oculte o no quiera revelarse, sino que son consecuencia inevitable de la limitación humana, sea porque no podemos, sea porque no queremos.
 
Por fortuna, de vez en cuando alguna persona, por circunstancias externas o cualidades internas, “cae en la cuenta” de lo que Dios, en su amor irrestricto, está tratando de manifestar a todos, y se produce la “revelación”: “El Señor estaba aquí y yo no lo sabía”, exclamó Jacob “despertando del sueño” (obsérvese el simbolismo). Cuando la Biblia se lee en esta perspectiva, resulta un maravilla ver cómo se van produciendo los grandes descubrimientos. Y obsérvese que esto no “reduce” la revelación a un mero proceso encerrado en la inmanencia humana, sino todo lo contrario. No se descubre a un Dios que está quieto o a quien se sorprende cuando trataba de esconderse.
 
Se “cae en la cuenta” de la llamada insistente de Alguien que no tiene otro interés que manifestarnos su amor y animarnos a acoger su salvación. Lo descubrimos porque, y solo porque, Dios está manifestándosenos y dándonos la capacidad de comprenderlo en la medida en que lo permite nuestra limitación o no lo impide nuestra resistencia. Por eso la revelación auténtica es, siempre y con toda verdad, vivida y percibida como gracia y respuesta a una iniciativa divina: como “palabra de Dios”.
Desde aquí se abre el segundo momento: el de la acogida libre y responsable de la revelación una vez acontecida y anunciada. Ahora resulta más fácilmente comprensible, porque en realidad responde a una estructura universal de nuestra comprensión. Siempre, sobre todo en las cuestiones difíciles —y las relacionadas con la Trascendencia lo son máximamente—, el descubrimiento primero es difícil y acontece en una persona o una circunstancia muy determinada. Pero cuando sucede un descubrimiento y es comunicado a los demás, entonces todos pueden de alguna manera percibirlo por sí mismos.
 
Todos los físicos veían caer manzanas, y solo Newton fue el primero en “caer en la cuenta” de que ahí se anunciaba la gravitación universal. Pero cuando lo publicó, todos pudieron verlo, y verlo por sí mismos: aceptaron la gravitación gracias a que se lo dijo Newton, pero ya no simplemente porque se lo dijo él, sino porque ahora ya la veían ellos por sí mismos. ¿No es esto lo que los samaritanos dijeron a la Samaritana: “No creemos por tus palabras, porque nosotros mismo lo hemos escuchado”? (Jn 4,42).
 
Pues bien, acudiendo a Sócrates, quien afirmaba que igual que su madre con las parturientas, tampoco él introducía las ideas en sus oyentes sino que les ayudaba a darlas a luz, comprender el anuncio revelador como una mayéutica constituye la mejor manera de explicar su carácter potencialmente universal y la posibilidad de acogerla sin romper la justa autonomía humana, evitando convertirla en simple fideísmo.
 
Dios está sustentando, habitando y agraciando a todos con el mismo amor que al profeta: este no descubre algo que Dios solo quiere manifestarle a él, sino a todos igual que a él. Oseas, gracias a su experiencia de no ser capaz de dejar de amar y perdonar a su mujer que vuelve a la prostitución, “cae en la cuenta” de que eso es lo que le sucede a Dios con nosotros y que por eso está tratando de manifestarnos desde siempre a través de lo mejor de nuestro ser.
 
A la humanidad le costó mucho — y sigue costándonos— comprender que Dios no es una presencia que controla, juzga y condena; pero cuando Oseas y más tarde Jesús en la parábola insuperable del Hijo Pródigo supieron escuchar lo que real y verdaderamente Dios estaba tratando de decirnos en su presencia viva y amorosa, también nosotros podemos “verlo”, comprender que es así, que eso es lo que nos está manifestando también a nosotros a través de nuestro ser más íntimo y nuestra humanidad más auténtica, que no podía ser de otra manera, si Él es amor y su misericordia es infinitamente superior a la nuestra.
 
Para no caer en fácil idealismo, conviene añadir que el proceso puede ser muy difícil e incluso fracasar: podemos no verlo, podemos resistirnos o dudar entre interpretaciones alternativas. Sucedió también entonces y sucederá siempre: lo importante es que la oferta no coloca al oyente ante un salto ciego o una imposición autoritaria, sino ante una propuesta “verificable”, dentro, claro está, del modo especifico de verificación que le corresponde.
 
Pero es preciso todavía concretar algo muy importante: se trata de mayéutica histórica. Porque no se trata de un retorno a lo mismo, del recuerdo (anámnesis) de las ideas eternas. Basta con pensar que en la revelación Dios está activamente presente creándonos por amor, promocionando nuestro ser y ayudándonos a realizarlo hacia su posible plenitud, para comprender que se trata de la llamada hacia adelante, del anuncio de lo nuevo, de un auténtico “nuevo nacimiento”.
Así pues, dadas las circunstancias históricas que vivimos en el país, los creyentes habríamos de preguntarnos: ¿qué está diciendo Dios en todo esto? ¿Qué me está Revelando Dios para hacer crecer su Reino en estas circunstancias específicas de la historia de argentina? Y la respuesta tiene que ser en el mismo plano de responsabilidad y compromiso.
 
También creo que otro mundo es posible y que la esperanza es verdadera.

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